domingo, 23 de noviembre de 2014

Festividad de Cristo Rey

Celebramos este domingo la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. La celebramos el último domingo del año porque viene a ser el resumen y la conclusión de todo lo que hemos ido descubriendo en Jesucristo a lo largo de todo el año litúrgico que ahora termina: su Persona, su ser Dios, su ser hombre, su Misterio Pascual por el que muere por nosotros y resucita para nuestra salvación. Un Rey cuyo trono es una Cruz de madera y cuya corona está hecha de espinas.. Un Rey cuyo poder es Amor. Nada más y nada menos.

El sentido de nuestra existencia es confrontarnos con Jesucristo, con su evangelio, con su proyecto de amor para nosotros. Y esa confrontación sucederá en el "último día". Es decir, nuestra historia tiene un final, y en ese final se nos examinará... de amor. Es lo que nos dice el evangelio de hoy: el juicio al final de la historia, en la que el Hijo del hombre separará las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Sedientos, extranjeros, desnudos, enfermos, encarcelados... estas personas que en apariencia están al margen de la historia son el lugar privilegiado para encontrar a Jesús y nuestro comportamiento con ellas se convertirá en el criterio último que determinará el futuro de nuestras almas.

Aún estamos a tiempo de cambiar nuestra historia. Basta que hagamos un compromiso de caridad desde nuestro propio amor a Jesucristo. Practica el bien identificándote con el prójimo que sufre, porque en él está Jesucristo. Quien ama al hermano nada tiene que temer.

sábado, 1 de noviembre de 2014

"Día de todos los Santos"

Este fin de semana se celebran las festividades del Día de Todos los Santos y de la Conmemoración de los Fieles Difuntos, el 1 y el 2 de noviembre respectivamente. Estas fiestas de significación religiosa están rodeadas de costumbres y tradiciones que se practican desde hace siglos.

En estas fechas es tradicional asistir a los cementerios para visitar las tumbas de los seres queridos que han fallecido. En muchos casos, incluso se acude con unos días de antelación para arreglarlas, de forma que a principios de noviembre estén en perfecto estado. Los días 1 y 2 se engalanan con flores y se reza por los que ya se han ido.

El Día de Todos los Santos fue instaurado por la Iglesia Católica a raíz de la Gran Persecución de Diocleciano, a principios del siglo IV. Eran tantos los mártires causados por el poder romano, que la Iglesia señaló un día común para todos ellos, fueran conocidos o desconocidos.

Aunque en los primeros siglos varió la fecha, Gregorio III la fijó el 1 de noviembre en el siglo VIII (en respuesta a la celebración pagana del Samhain o Año Nuevo Celta, que se celebra la noche del 31 de octubre) y Gregorio IV extendió la festividad a toda la Iglesia en el siglo IX.

La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna (Turquía) escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo, en el año 156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general. Del contenido de este documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía. Se reunían en el lugar donde estaban sus tumbas, haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.

Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.

Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano, habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.

Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están san Antonio (356) en Egipto y san Hilarión (371) en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.

Antes del siglo X, el obispo local era quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.
Manuel Melgar Durán